Cuando nuestros hijos atraviesan
por dificultades, es muy común plantearnos llevarles a un especialista. Igual
que cuando tienen dolencias físicas, les llevamos al médico, cuando observamos
dificultades conductuales o emocionales, les llevamos al psicólogo.
Cuando los padres se reúnen con
el psicólogo, a veces les llama la atención que sean ellos los que acudan de
manera mayoritaria o única a las sesiones. Incluso algunos padres interpretan
que el especialista les está diciendo al no citar al niño o niña, que el
problema reside en ellos.
El psicólogo tiene que hacer una
valoración de lo que le ocurre al niño o a la niña, y quien mejor que sus
padres, las personas que probablemente mejor le conozcan, y que más influencia
directa tienen sobre él o ella, para dar cierta información y para valorar,
junto con el profesional, por dónde se puede iniciar a intervenir.
La mayoría de las personas estamos
acostumbradas al modelo médico. Este modelo es un modelo en el que consideramos
que quien está al otro lado de la mesa es el experto que tiene las respuestas y
el tratamiento específico a nuestras dolencias.
Cuando hablamos de alteraciones
de comportamiento, psicológicas, emocionales… hablamos de conductas complejas
que están influenciadas por muchos factores, entre ellos las relaciones con los
demás.
Para el apoyo en estas
cuestiones, no existen prescripciones únicas o pautas para todo el mundo, ya
que cada persona y las relaciones que establece con los demás, son diferentes.
Está demostrado, y en el centro lo
vemos día a día, que la mejor estrategia para ayudar a un niño o niña es que
padres y profesionales trabajemos en equipo.
El profesional aporta su conocimiento y experiencia, y los padres aportan su conocimiento,
su experiencia y, además, actúan y
aplican.
¿De qué forma actúan los padres a
partir de estas sesiones?
En función de las conclusiones a
las que se llegan en los espacios de trabajo con el profesional, los padres modifican
ciertas actitudes, cambian la manera de reaccionar ante algunas conductas de
sus hijos, introducen comportamientos novedosos en la interrelación familiar,…
Cuando los padres, siendo
conscientes de las necesidades de sus hijos por su etapa y su individualidad,
son conscientes de la influencia positiva que ejercen sobre sus hijos, se
sienten más seguros en cuanto a sus capacidades y habilidades como padres, y
eso también beneficia a la seguridad que transmiten a sus hijos.
De poco sirve que un profesional trabaje con un niño
o una niña en su despacho, si cuando llega a casa, los padres no saben cómo
seguir ayudando a su hijo a que se mantenga en los cambios que puedan beneficiar a su
bienestar a corto y a largo plazo.